En los cursos de entrenando entrenadores o formación de instructores, se suele preguntar ¿Qué hacer cuando se presenta un alumno difícil? Mi respuesta casi siempre es la misma: no hay participantes difíciles, lo que hay son malos instructores. Debo reconocer que casi me tuve que tragar mis propias palabras ante el “Chema”
Este joven supervisor, llegó tarde a una sesión de un curso diseñado exclusivamente para su empresa. Traía, la “bolsa azul” que es un envoltorio lleno de publicidad, que se reparte semanalmente. Portaba un libro ajeno al tema del curso. Se sentó en la primera fila y ostensiblemente –lenguaje corporal y todo- me intentó demostrar que el curso no le interesaba. Abrió su libro y comenzó a leerlo.
De vez en cuando apuntaba alguna frase u oración que le llamaba la atención. Había expectativa en el grupo para ver mi reacción. Justo cuando el llegó, se estaba tocando el tema de las actitudes poco rentables que se suelen dar dentro de la empresa.
Debo confesar que me llamó la atención su falta de tono humano y la falta de respeto hacia sus compañeros, hacia mi como instructor y hacia sí mismo. Tuve que preguntarle cuál era su finalidad en el curso y me dijo que “tenía que estar”, “que el dominaba el tema”, ”y que le habían obligado”. Continué con la explicación de las actitudes poco rentables.
En el primer receso que tuvimos le invité a hablar conmigo: “yo soy líder”, “lo que tu estás dando no me interesa”, “si fuera PNL me interesaría más” –me dijo-.
Le invité a que si encontraba algo no razonable o lógico me lo hiciera notar, le dije también que en ocasiones nos ponemos etiquetas que creemos que debemos mantener. “Soy el malo”, “Se espera esto de mi, por lo tanto actúo así” y me atreví a decirle que si era líder su actuación estaba rompiendo su prestigio y que se diera la oportunidad de rectificar.
Me afirmó que el material que estábamos viendo lo había puesto para él y que se sentía aludido. Le pregunté que si le sonaba lógico que tuviera filminas preparadas para meterme con un participante en el momento que llegaba. Se quedó callado.
Debo reconocer que a partir de este receso, participó como uno más y lo dije al final del seminario.
Sucedió que dentro de un ejercicio, se tenían que formar equipos. Se nombraron a tres de ellos al azar para que lo hicieran. A Chema “el líder” lo escogieron el último. “Escojo al Chema, porque no hay más” afirmó Daniel.
Luego me enteré que Chema es el que tiene más rotación; que es el que más han cambiado; que ha hecho que se vayan personas rentables para su empresa. Que cuando acude a un lugar público trata -a quienes le sirven- despectivamente. El problema de todo es que él no lo ve.
Su yo subjetivo se presenta a sí mismo, como una persona que ejerce un buen liderazgo, que es valorado por los demás; que tiene prestigio; que lo sabe y domina todo. Así se ve. Su yo objetivo ya quedó descrito.
Me cuestiono, ¿Qué distancia existe entre la manera como nos vemos (yo subjetivo) y la forma en que nos ven los que conviven con nosotros (yo objetivo)? ¿Que sucede cuando el yo subjetivo lo dejamos volar? Si solo es superable lo que se reconoce y acepta ¿Qué tanto podemos superarnos basándonos en el yo subjetivo?
Es frecuente que pensemos que la formación personal, el tono humano lo requieren los demás, y encontramos fallos que lo demuestran, pero ¿Qué tan ignorantes estamos de nuestra propia realidad? ¿Cuánta dirección requerimos?
Hay que reconocer que, en ocasiones, nuestra actuación demuestra que necesitamos ser dirigidos. No más dirección, sino mejor dirección. Más dirección implica en sí misma presión. Mejor dirección requiere de un convencimiento de la individualidad de la persona.
Al “Chema” solo bastó que se le dieran un par de razones para que cambiara su forma de actuar y vivencias que le demostraran que su auto concepto estaba mal sustentado. Solo fue dirigirlo mejor.
Dirigir, requiere más que buenos deseos, requiere aprenderse y practicarse.
Vuelve la pregunta hecha hace algún tiempo: tú ¿manipulas, manejas, dejas hacer o diriges?
Jose Luis Castañeda Lerma
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