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Líderes en formación de líderes desde 1992

Hace poco, me tocó presenciar la formación de equipos para jugar fútbol. Los participantes eran jovencitos de 12 a 14 años. El entrenador nombró tres capitanes y les dijo al resto que se formaran detrás del capitán con el que querían jugar. Detrás de uno de ellos se formaron todos a excepción de uno que se formó detrás de otro.

El entrenador les dijo que de esa manera no se podía jugar porque no había equipos. Volvió a pedir que se formaran tomando en cuenta que debería haber tres equipos para jugar. El resultado fue que todos se fueron detrás del mismo. El entrenador, les pidió que quería respetar su decisión, pero que le dijeran primero porque elegían todos al mismo.

Las respuestas no se hicieron esperar: porque mete goles, porque da pases, porque corre mucho, porque se lleva bien con todos, porque con él todos juegan, porque cuando se equivocan les dice como hacerle para corregir, porque no los regaña cuando se equivocan… Y así un sin fin de respuestas.

El entrenador no tuvo más remedio que hacer él mismo los equipos. Los resultados fueron obvios: el equipo del capitán más solicitado fue el que ganó en todo. Los otros dos equipos comenzaron con cierto desánimo desde el comienzo.

El capitán ganador tenía el reconocimiento de todos los integrantes. Ese reconocimiento es lo que hemos llamado en nuestros escritos Autoridad. Se basa en el prestigio de la persona, en este caso el capitán ganador.

Prestigio, lo define la Real Academia con cuatro adjetivos que llaman la atención: Renombre, buen crédito, ascendiente e influencia.

En las empresas, cambiando lo cambiable, y en la vida, sucede lo mismo. Nadie sigue a los perdedores, ni a los mentirosos, cínicos, egoístas, tristes, irascibles, malos trabajadores. La verdadera influencia se basa en el prestigio.

Labrar prestigio requiere exigencia y madurez. Quizá muchos de nosotros pensamos que lo tenemos, pero si no hay consciencia de haberlo formado, es probable que sea poco realista nuestra concepción de nosotros mismas. El prestigio no se autoproclama, se nota y lo notan.

No solo basta tener cultura o estar especializados en una determinada área, se requieren cualidades humanas forjadas en la lucha diaria, como la empatía, la generosidad, la laboriosidad, el orden, la alegría, el buen humor, la sinceridad, el respeto, etc. No se nace con renombre, se construye.

El prestigio se inicia con el conocimiento de nuestra propia realidad, de lo que somos. No se puede poner un plan de acción y de crecimiento personal basado en lo imaginario, lo ideal o lo soñado.

No se basa tampoco en lo que me gustaría ser, ni siquiera en lo que debería ser. Se fundamente en lo que soy. Esa aceptación de lo que somos, es el cimiento para poder llegar a lo que se debería ser.

José, por ejemplo, un jefe de grupo que asistió a uno de nuestros cursos hace varios años y que ahora es gerente de planta. Se consideraba el mejor trabajador de su empresa y creía ser el mejor líder de la misma. Poco a poco se fue dando cuenta de su realidad y se descubrió, con algo de ayuda, cuatro defectos importantes que dominaban su vida: Prepotencia, mentía para quedar bien, desordenado, y apático al trabajo bien hecho. Recuerdo que las apuntó y pidió ayuda para ponerse metas específicas.

Poco a poco fue descubriendo que no eran las únicas. Me decía que había crecido con el famoso refrán de “nunca des tu brazo a torcer” y que eso lo había hecho, poco realista, inflexible y mentiroso. Fue, recuerdo, un conocimiento de su realidad un poco doloroso. Pero comenzó desde un yo objetivo y solo así pudo cambiar su realidad y prestigio ¡y de que manera!

Cuando preguntan ¿Cómo fortalecer mi liderazgo? La respuesta obligada es ¿cuánto renombre, buen crédito, ascendiente e influencia tienes? Pero esa respuesta la tienen que dar quienes te rodean.

No olvides que el poder te lo asignan, la autoridad se gana con el prestigio que tienes.

José Luis Castañeda Lerma

 

 

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