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Líderes en formación de líderes desde 1992

Recordemos aquélla anécdota que seguramente hemos leído en más de una ocasión.

Paseaba una persona cerca de dos albañiles que levantaban una barda, ambos estaban a cierta distancia uno del otro.

Con curiosidad el paseante le preguntó a uno de ellos:

-          ¿Qué haces?

Un tanto molesto por la distracción, dejó por un momento lo que hacía y con cierta ironía y molestia respondió:

-          ¿Qué no lo ve?, estoy poniendo ladrillos

Nuestro amigo, el curioso, se acerca al segundo albañil y le hace la misma pregunta. Este contesta lo siguiente:

-          Es obvio, ¡Estoy construyendo una catedral!

Este segundo albañil, tenía lo que se conoce como “el fin en mente”, que como se puede deducir, le permitía dar mayor trascendencia a su propio trabajo. Lo lleva, de alguna manera, ver más allá de lo cotidiano.

El primero ve las cosas con sentido de rutina, sin vislumbrar más allá de lo aparentemente intrascendente. Quizá te preguntes ¿acaso éste no sabe lo que construye? ¡Por supuesto que lo sabe!, pero parece que ha perdido de vista la finalidad.

Cuando no se tiene en mente la finalidad del trabajo o no se ve la importancia de aquello en lo que estoy contribuyendo, todo se puede volver poco interesante, rutinario.

Por el contrario, cuando tengo en mente la finalidad, aunque se haga poco en un día, se sabe que se está haciendo algo verdaderamente trascendente.

Algunos jefes piensan que lo único que motiva a sus empleados es el factor económico y que poco pueden hacer para levantar el ánimo de sus colaboradores. Sería necio negar que el dinero a cualquiera nos entusiasma, pero lo sería más el afirmar que es lo único.

Hace poco estuvimos dando un seminario en una empresa médica, en uno de los recesos, pregunté a un participante qué producto terminado hacían. Con una cara de orgullo me comenzó a platicar lo que hacen ahí y la manera específica en que contribuyen a la salud de la mujer.

Le pregunté que si era rutinario su trabajo, y después de pensarlo me contestó, que objetivamente lo era, pero el hecho de saber lo que hacen, permitía no darle tanta importancia a este aspecto.

Me comentaba que se centraba en lo que hacía y que terminaba el día cansado, pero con “la satisfacción del deber cumplido”.

Recordé que esa frase le había usado en una sesión con ellos y que había causado un revuelo positivo. Algunos participantes comentaban que esa “satisfacción del deber cumplido” poca gente la conocía.

Uno de ellos la describía de la siguiente manera: “alegría interna que se siente cuando sabes que has cumplido bien todo lo que te habías propuesto en el día”. Continuaba diciendo que es algo muy independiente del reconocimiento que pueda darte tu jefe.

Es algo tan personal, que motiva y da energía para el día siguiente- terminó comentando.

Otra persona comentaba acertadamente: “para conseguir esa satisfacción, se requiere conocer qué es el deber, esto es cuál es la finalidad de nuestro día, de otra manera ¿cómo saber que se ha cumplido?, desafortunadamente –concluía- pocas personas saben de este sentimiento porque desconocen la finalidad que deben perseguir con su trabajo a lo largo del día”

Efectivamente, alrededor tuyo hay muchas personas que cada día se dedican a “poner ladrillos” perdiendo de vista la finalidad de lo que hacen. Estos difícilmente pueden sentir “la satisfacción del deber cumplido”, la rutina los ha engullido.

Y tú ¿construyes catedrales o pones ladrillos? de tu respuesta depende la satisfacción que produce el trabajo o bien la rutina que no le da sentido.

José Luis Castañeda Lerma