Son palabras que encierran prudencia. La velocidad con la que se mueve en la actualidad el mundo y sus circunstancias parecería hacer de éstas, un parón, un detente.
La precipitación en el obrar parece más adecuado ante tal velocidad, pero precisamente porque las cosas van tan rápido, nunca mejor el decir: «déjame pensarlo un minuto... o dos o los que sean necesarios». Pareciera ser que el principio de «actúa y después reflexionas» es lo que nos caracteriza actualmente.
Cuando actuamos por rutina, por prejuicios o por seguir el modo de obrar de los demás, en pocas palabras sin el fin en mente nos lleva a otra característica de moda: la inconsideración. Por eso nos encontramos con esa mediocridad envolvente que se pega como chicle, que nos impide detenernos a pensar el motivo que origina nuestro movimiento.
Lo inconsideración nos lleva a la inconstancia, pues al no contemplar los fines y quedarnos entretenidos en los medios (mediocridad otra vez), hace que cambiemos de parecer de una manera vertiginosa a final de cuentas ¡da lo mismo pues no sabemos porque actuamos!
Consecuentemente surge la negligencia que nos lleva a obrar sin atención ni cuidado y así vamos dando ramalazos, nos convertimos en «veletas» que se mueven hacia donde lleva el viento, y a mayor velocidad de éste mayor precipitación.
Estas características que se han mencionado: precipitación, inconsideración, inconstancia y negligencia, son cuatro vicios que se oponen a una de las virtudes más apreciadas, pero a la vez que menos se encuentra: la prudencia.
Una de las virtudes más necesarias cuando se tiene cargo de gobierno, llámese gerencia, dirección, supervisión es la Prudencia En la antigüedad se decía: «si gobiernas, se prudente». Sin embargo es uno de los valores que más se confunde y que llevan a algunos a no hacer nada, escudándose precisamente en ella.
La prudencia se le define como: «aquella virtud que dirige nuestro entendimiento para que examine y elija lo que debe hacer y lo que debe evitar».
Platón llamaba a la Prudencia, en palabras muy actuales: «el chofer de las virtudes», el que las guía y lleva a feliz término, ¡Nada más ni nada menos. Otros autores la suelen nombrar «Ojo del alma» porque si se obra sin ella es como obrar a ciegas. «Timón del navío» sin el cual necesariamente se ha de perecer o naufragar. «Luz y antorcha de nuestra vida» que nos ilumina para no errar el camino.
En su ejercicio se distinguen 3 acciones:
• Deliberar: Examinar lo que se pretende hacer. Este examinar intenta distinguir si el acto que se desea realizar es bueno o malo, conveniente o nocivo y analizar los medios que se tienen para conseguirlo. Aquí entra el saberse aconsejar. «Cuatro ojos ven más que dos», «Quién pronto se determina, pronto se arrepiente», «Rápido y bueno, raras veces», etc.
• Decidir: Enjuiciar la aceptación o rechazo. Después de examinar los distintos medios quedarse con el más conveniente. «Elijo esto, porque es el más adecuado o el único posible. No es prudencia el eterno vacilar que todo lo deja en suspenso y sume a la persona en la incertidumbre, tampoco es prudente esperar, para decidir, la presencia de condiciones ideales.
• Ejecutar: Obrar de acuerdo a lo decidido. Quizá sea el más importante de los tres factores. La prudencia se asocia aquí a la fortaleza para hacer frente al desaliento ante las dificultades o los impedimentos> es el momento en el que uno se revela como jefe o guía. Filipo afirmaba: «Es preferible un ejército de tímidos ciervos conducidos por un león, que uno de leones feroces conducido por un ciervo».
Como se puede observar el actuar precipitadamente es contrario a la prudencia. Uno puede pensar que ser prudentes implica lentitud por el proceso que se sigue. En algunos casos será necesario tomarse cierto tiempo y en otros no. Hay quienes aferrándose a una idea, la entierran y siguen custodiándola durante toda la vida, sin molestarse a pensar en cambiar o volver a replantearse las cosas.
Sin importar ser reiterativos vale la pena recalcar que la prudencia conlleva acción y va en contra del concepto erróneo de no actuar, ya que habla de obrar de acuerdo a lo decidido.
La prudencia se conforma de las siguientes partes:
• La memoria o experiencia del pasado. La persona prudente convierte los acontecimientos pasados en lecciones para el porvenir. Sabe aprender de sus errores sin que éstos le agobien. No es que se quede encadenado al pasado, sino que toma las experiencias anteriores que le pueden ayudar en el presente.
• El conocimiento del presente: sabe que las circunstancias cambian, pero que los valores permanecen. Analiza las circunstancias actuales y decide conforme a ello.
• Previsión : toma en cuenta las consecuencias que pueden seguirse de sus actos y actúa o deja de actuar de acuerdo a esto.
• La docilidad para aprovechar las experiencia ajena. Se toma en cuenta las experiencias de otras personas bajo las mismas circunstancias y las juzga. se requiere sencillez y humildad para aceptar el «escarmentar en sombrero ajeno». El primer paso de la prudencia es el reconocimiento de la propia limitación, se debe admitir que en determinadas cuestiones no se puede llegar a todo, que no se puede abarcar todo.
• Circunspección: Consiste en la atenta consideración de todas las circunstancias que rodean a lo que se pretende llevar a efecto.
• La objetividad: que permite tener el aprecio adecuado de la realidad. Las cosas son como son y no como uno quiere que sean.
• Precaución: para evitar peligros o tropiezos futuros e innecesarios.
• La sagacidad o destreza para encontrar los medios oportunos y en solucionar las situaciones difíciles.
Como se puede ver, vivir sin prudencia es como vivir sin rumbo
José Luis Castañeda Lerma
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