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Comentaba una persona hace poco, que había asistido a una conferencia en donde el ponente «la había hecho sentir cucaracha», su interlocutor le interpeló si había sacado algún propósito de ese sentirse así a lo que respondió que no, pero que «hasta había llorado».

 Dice un autor español que a la gente se le llega por la cabeza, los sentimientos son efímeros, desaparecen con la misma rapidez que surgen. Hay personas que confunden el motivar con el hacer sentir, y después se dan cuenta que los motivos desaparecen y no inciden directamente sobre la persona.

 Hay personas que se declaran motivadoras, porque remueven los sentimientos de una manera fuerte, sin embargo al largo plazo se encuentran con pocos cambios. Se les olvida que el único verdadero motivador es la persona misma, cuando encuentra las razones adecuadas para moverse.

Nietzsche afirmaba que cuando se encuentra un « Por qué», los «cómos» vienen solos. Esto es que cuando se encuentran razones los métodos para conseguirlos se encuentran fácilmente.

 El problema real de la motivación radica en la falta de metas atractivas. Una vez que una persona sabe a donde quiere llegar y lo desea firmemente, los motivos se van dando.  Cuando a una persona le empezamos a hacer sentir lo mal que va en la vida le estamos ayudando a analizar el método, sin embargo estamos perdiendo de vista el por qué.

 

Pareciera entonces que la solución a la motivación es algo muy simple, sin embargo debemos de recodar que el verdadero problema es de brindar opciones y abrir horizontes a las personas que trabajan con nosotros. Pensamos de una manera simplista que si hay mediocridad es por que la gente desea ser así, cuando en realidad es un problema de apertura de opciones que le permitan a los demás escoger hacia dónde deben moverse.

 Comentamos con frecuencia la pregunta que un profesionista le hizo a un joven que nunca había salido de su pueblo: ¿Qué harías si fueras, rico muy rico?, el joven asombrado le contestó: «Me comería cada plato de frijoles con arroz». Al joven le faltaban opciones de elección, posiblemente el arroz y frijoles fuera lo único que conocía, y seguramente cuando trabajaba se desmotivaba por saber a lo que podría aspirar. No tenía opciones. De alguna manera se parece un poco a lo que en ocasiones les sucede a nuestros colaboradores. No hay deseos de más, porque desconocen que hay más.

 Abrir horizontes de opciones, que es ir a la razón, nos ayuda a fijarnos metas y objetivos que realmente permiten movernos.

 Platicando con una persona me decía lleno de entusiasmo: ¿Para qué se pone el despertador en la mañana, si nos falta determinación para levantarnos?, decía «nuestro problema es la determinación» a lo que se le contestó, el problema no es la determinación, ésta llegará cuando se tiene una razón para levantarse a esa hora.

 Quizá ahora se entienda por qué Teresa de Ávila hablaba de “determinada determinación” para hacer las cosas.

José Luis Castañeda Lerma

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