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Durante los últimos años hemos estado llenos de métodos y procedimientos para lograr la eficacia y calidad en nuestro trabajo profesional. Estuvo de moda hablar de Calidad Total, de las 5´s, de ISO 9000, de 6 sigma, etc. Gurúes de la calidad van y vienen. De ninguna manera se pretende ser peyorativos a ninguno de estos sistemas o personajes que ayudan a que el trabajo de una u otra forma, se sistematice y que por lo tanto se cumpla con eficacia. Sin embargo podemos palpar, que es en la actitud de cada persona hacia el trabajo, donde verdaderamente se encuentra el origen de la eficacia y de la calidad misma.

El concepto que se tiene del trabajo es en suma lo que lleva a una persona a darle valor a su accionar cotidiano. Como nos afirmaba un gerente, en plan de broma, «soy feliz los viernes porque es el día de pago», es una actitud hacia el trabajo, no por lo que es en sí mismo, sino por lo que se conseguirá de él y objetivamente se trabaja en primer término por una remuneración, negarlo, sería demasiado romántico. Sin embargo el pago, por ejemplo, jamás ha resuelto el problema de la calidad.

Alguna vez alguien comentaba que si las personas de su empresa, se exigieran en vivir la virtud de la laboriosidad, seguramente cualquier sistema que buscara la productividad o la calidad serían innecesarios. La laboriosidad alguna vez la definieron de una manera muy práctica como: Hacer lo que se debe, cuando se debe y como se debe, en el tiempo y forma oportunos y sobre todo terminando lo que se hace. Algunos afirmarán que eso es estoicismo pero deja de parecerlo cuando se ama el trabajo que se hace y se le ama porque descubrimos en este el lugar donde se forja nuestro carácter.

En el trabajo se puede desarrollar una gama de virtudes humanas como el orden, la generosidad cuando se ayuda a los demás a trabajar bien; la paciencia cuando surgen los imprevistos; la ecuanimidad para no salirnos de nuestras casillas; la fortaleza cuando estamos por abandonarlo y nos exigimos seguir adelante; la veracidad cuando informamos sin tapujos sobres su avance o retroceso; la sociabilidad al trabajar muchos por un objetivo común y el trato con ellos; la templanza al sabernos exigir las horas adecuadas y respetarlas; la humildad cuando reconocemos nuestros errores y aciertos; la lealtad cuando defendemos la empresa y a las personas que la conforman evitando cotilleos y chismes; en fin que además del valor económico que tiene el trabajo posee un fuerte impulso a nuestra propia madurez.

Algunos han llegado a encontrarle una función santificadora, son palabras mayores, pero no se puede soslayar, el trabajo también es voluntad de Dios, lo afirma la escritura «el hombre fue creado para que trabajara», entonces se descubre un nuevo valor, una tercera dimensión para todo aquello que se hace, los detallitos, insignificantes aparentemente, también se redimensionan. Afirma Escrivá que «Si queremos de veras santificar el trabajo, hay que cumplir ineludiblemente la primera condición: ¡trabajar, y trabajar bien!, con seriedad humana y sobrenatural»

Afirmaba cierto asesor famoso, que antes de hablar de calidad y sus sistemas, se les debería hablar a las personas de la laboriosidad y sus consecuencias y que de hacerlo así, se tendría el camino allanado en un muy buen porcentaje –una vez más formación contra información-.

Cualquier persona que se tome el trabajo en serio, con convencimiento profundo, con razones sólidas, no necesitaría a ningún Crosby, Deming, Ishikawas que le vengan a vender conceptos de calidad, porque ésta nace desde dentro, del pobre o rico concepto que cada uno tenga de su propio trabajo.

 

José Luis Castañeda Lerma