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Hace ya unos años, en Estados Unidos, una poderosa fundación decidió financiar un amplio estudio sobre las causas del descenso de productividad de todo un sector de empresas del país.

Hicieron innumerables encuestas, entrevistaron a cientos de directivos de compañías pequeñas y grandes, analizaron todas las posibilidades, y al final se hizo un extenso informe que fue presentado a los responsables de la Fundación como resultado de más de un año de trabajo.

La idea que encabezaba el informe era la siguiente: el esfuerzo realizado por la mayoría de las empresas durante tantos años para optimizar los procesos de trabajo, especializar al máximo los cometidos y establecer rigurosísimos sistemas de control de productividad de cada empleado, había acabado por afectar negativamente al ambiente de trabajo.

Para el éxito y eficacia de una empresa —decía una de las conclusiones— es fundamental lograr un ambiente de trabajo que resulte grato y motivador para todos. Y como cuestión práctica, insistía en que es preciso empeñarse seriamente en tratar con más deferencia a los subordinados.

Quizá en la familia podría hacerse un estudio parecido y sacar conclusiones similares.

Para mejorar todo el conjunto de la familia habría que cuidar más los detalles externos prácticos de afabilidad y buena convivencia.

Cada uno es como es, pero todas las personas necesitan cariño, y hay que aprender a manifestar ese cariño en detalles pequeños.

Hay que ser más afable en el trato, en cosas cuantificables y evaluables. No basta con quererse en general, en teoría: todos necesitamos palparlo en detalles. Enumeremos algunos consejos prácticos sobre detalles de afabilidad:

Esforzarse por ser delicado en el trato (Platón decía que no es necesario hacer ostentación de bondad, pero sí que se deje ver);

Acostumbrarse a no mandar sin razones, a no hablar en tono dogmático (procurando poner delante un “me parece que” o un “quizás”);

Aprender a no encasquillarse por cosas que no tienen importancia;

Estar asequibles y facilitar a los hijos que hablen con nosotros, a solas si es preciso: hay muchos problemas que no se resuelven simplemente porque no se hablan en su momento;

Hacer que sea natural prestar pequeños servicios a los demás, y que nadie se sienta humillado por tener que hacerlos (para ello tienen que ir por delante los padres);

Aprender a reprender o a denegar un permiso sin ponerse antipático (ponte en su lugar y piensa cómo querrías que te lo dijeran a ti);

Saber algo de esas cosas que interesan a los hijos (de música, deportes, o de lo que sea), para facilitar el trato con ellos;

Ojo con las bromas: tienen que hacer gracia al sujeto paciente y no sólo al público presente; por eso es mejor no decir lo primero que se nos ocurre, y tampoco insistir demasiado en nuestras gracias: déjalas cuando veas que su risa comienza a ser un poco forzada, porque la ironía hiere y sus heridas son profundas.

 

José Luis Castañeda Lerma

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