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La indiferencia se suele definir como “un estado de ánimo en el que no se siente inclinación ni repugnancia hacia un objeto, persona o negocio determinado”. En términos coloquiales y muy mexicanos es un simple “me vale”

Partiendo de la definición, se ve que la indiferencias es un sentimiento y por serlo –y aquí está lo interesante- puede ser pasajero. También, por ser sentimiento, puede ser provocado.

Recuerdo, alguna canción qué decía “odio quiero más que indiferencia”, se ve que el autor entendía claramente lo que es ser indiferentes. Es un estado en el que no se está ni a favor ni en contra, simple y llanamente se está. Es el punto medio entre el interés y el odio.

En las empresas -en las que no nos cansaremos de repetir se busca rentabilidad- se requieren empleados productivos, personas comprometidas que puedan dar su extra milla. Seguramente alguno está pensando que eso es bastante difícil y ¡lo es!, porque ese compromiso se basa en una virtud bastante olvidada que se llama lealtad.

La lealtad, tomada como la constancia en los afectos, en el cumplimiento de las propias obligaciones y que no defrauda la confianza que se deposita en una determinada persona, es una virtud exigente, dura y lo peor del caso, muy difícil de ganar. Se puede pensar que lo contrario a la lealtad es la deslealtad, pero en realidad su contrario se llama indiferencia.

De un empleado desleal, se sabe que se espera cualquier cosa negativa, que no cumpla con sus obligaciones, o que no se pueda confiar en él, todo esto está muy mal, pero por saber que es desleal no sorprende. En cambio de un empleado indiferente hacia su empresa, no esperas deslealtad ni lealtad, simplemente no sabes que esperar.

Cuando se encuentran empleados indiferentes, lo primero que se viene a la cabeza es “motivarlos”, palabra mágica con la que se cree resolver casi todo, sin embargo no es así de sencillo, aunque en el fondo esté la motivación de por medio.

La lealtad requiere un balance entre dos. Empleados leales a la empresa, porque ésta es leal a ellos. Y quienes representan a la empresa, son los que hacen cabeza: los “jefes”.

Los “jefes” son quienes en un momento deben ayudar a que se construya esta lealtad, que tantos frutos aporta a una empresa. ¿Cómo se puede pedir a un empleado que quiera a la empresa –“que se ponga la camiseta, decimos- que cumpla sus obligaciones y que no defraude la confianza depositada en él, si el jefe actúa de manera contraria? Jefes que engañan, que manipulan, que enfrente de sus colaboradores hablan mal de la empresa, que buscan su propio beneficio, que se guardan la información, que no confían en su gente, que hablan a sus espaldas, que no se hacen corresponsables cuando las cosas salen mal etc. ¿están construyendo lealtad? Y si lo anterior se vive con cierta frecuencia, ojo, a lo que se llega es justamente a la indiferencia.

No se trata solo de presentar la problemática. Más arriba se afirmaba que la indiferencia es un sentimiento y que puede ser volátil, pero lo positivo es que también puede ser reconstruida y esto queda en las manos de quien hace cabeza.

Reconstruir la lealtad requiere en primer lugar de un examen profundo, para pensar en que tanto se está comprometido uno mismo con la empresa y lo más importante cómo pueden notar ese compromiso los propios colaboradores.

Segundo: revisar las actitudes personales como la confianza, la sinceridad, la sencillez, la prudencia, la responsabilidad, el compromiso. ¿Cómo se viven todos estos valores? ¿Con qué hechos concretos se les demuestra a los colaboradores que vale la pena vivirlos?

Acuérdate: no es culpa de la empresa, es problema de quienes de algún modo la representan.

José Luís Castañeda Lerma

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