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Líderes en formación de líderes desde 1992

Sucedió en una de esas excursiones familiares. Jorge no llevaba la ropa necesaria para el dia de campo. El riachuelo corría con sus aguas limpias. En su ribera el consabido lodo.

Los chiquillos, que sí iban preparados corrían por todas partes. Cruzaban el agua apoyándose en las salientes de piedras que había. ¡Qué manera de mantener el equilibrio!

Al ver tal entusiasmo, Jorge intentó hacer lo mismo, sin embargo en la primera piedra en la que se apoyó no resistió el peso y tratando de guardar el equilibrio, terminó con un pie en el agua. Se hizo un silencio en el que los niños y los adultos contemplábamos como se quedaba quieto.

Comenzó a quejarse: ¡mis zapatos nuevos! Observaba el lodo a su alrededor y decía: ¡es el tipo de arcilla que no se quita fácilmente! ¡se está metiendo el lodo a mi mocasín! y seguía observando el desaguisado que se estaba formando. Quizá pasó uno o dos minutos, todos seguíamos oyendo las quejas de Jorge, hasta que alguien gritó ¡saca el pié del agua y deja de contemplar lo que está pasando!

A mi me recordó un poco mis caídas y las de algunos amigos que tomamos la misma actitud de Jorge, ¡contemplarnos caídos! Obviamente que no me refiero a caídas físicas, sino a aquellas que sufrimos cuando vamos tras una meta o un propósito.

Creemos ingenuamente que todo saldrá bien, que no habrá tropezones en el camino, que todo será sencillo y la realidad nos viene a despertar con situaciones inesperadas: una fricción matrimonial; un tropiezo en el trabajo; un hijo que no responde; un desacuerdo amoroso; un aparente fracaso económico etc.

Seguramente que ante este tipo de situaciones, nos han dado ganas de quedarnos tirados, de dejar que el tiempo o alguna hada o mago venga a resolverlo todo. Contemplamos todo lo que está a nuestro alrededor y dan ganas de quedarse ahí, y seguramente nos hemos quedado.

Vemos el “lodo” alrededor nuestro y nos dedicamos a contemplar los estrago que podría hacer. En ocasiones tendremos la necesidad de alguien que nos venga a decir que hay que levanterse, que vale la pena seguir adelante.

La mayoría de las veces, tendremos que dejarnos de dar lástima y dar el brinco por nosotros mismos. Sacar fuerza del desastre en el que estamos y animarnos a seguir. Sin esperar que nos vengan a compadecer o a reafirmar que hemos caído.

No esperes que vengan a ayudarte, quizá lo hagan, pero normalmente los demás tienen demasiadas ocupaciones como para venir en tu auxilio y es comprensible. Tampoco te quejes ni esperes compasión, que muy probablemente no la habrá. Recóbrate, recuerda tras lo que ibas, rememora por qué era importante y resurge ¡porque te da la gana!

Como dice Escrivá: “¡Muy honda es tu caída! –comienza los cimientos desde ahí abajo- Se humilde-“

En ocasiones al contemplarnos caídos podríamos repetir: “Con los ojos en el pasado, no lograba ver el futuro y por eso fui destruido por el presente”. Recuerda que esta vida es para los que permanecen de pie.

 

José Luis Castañeda Lerma

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