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Líderes en formación de líderes desde 1992

A Mónica, alumna nuestra, la encontré casualmente en un centro comercial. Es una mujer con gran personalidad y trabaja como gerente en una de las maquiladoras de la plaza. Iba con su novio, al verme me saludó alegremente, me presentó a su pareja y me dijo: «no tienes idea como me he acordado de ti, ahora que he repasado los apuntes del curso». Como dice un amigo mío “mi memoria dura, se ha vuelto un poco blanda” y no recordé de momento, ni el nombre ni el curso. Esos momentos son embarazosos. Una vez recuperado y haciendo malabares para ubicarla bien me dijo con mucha sencillez:

«Estamos por casarnos y hace tres semanas comenzamos con los preparativos para la boda, esto es bastante estresante. Me acostaba por la noche repasando los pendientes del día siguiente y me metía a la cama, un tanto preocupada por si no salían las cosas como yo quería. Me daba vueltas en el lecho una y otra vez y en ocasiones no alcanzaba a conciliar el sueño. Recuerdo que nos dijiste en una sesión que la lectura ayuda a dormir y busqué que leer»

Yo no sabía por donde iba todo aquello, veía a su novio que permanecía observándola sonrientemente.

Continuó: «Lo único que encontré a la mano fue el material del curso de Manejo del Tiempo; comencé con mi lectura» Aquí me comencé a reír pensando que se había dormido con el material del curso y que seguramente era aburrido lo que había leído, pero por lo que sigue me di cuenta que no era así.

«Llegué a la parte donde mencionabas a Covey, y me pregunté, ¿Al momento de acostarme está en mis manos hacer algo por los pendientes de mañana? La respuesta fue no. Luego continué ¿puedo hacer algo ahora por aquello que me preocupa? Y la respuesta fue igual: nada.

»No pienses que me quedé dormida de inmediato, pues seguí leyendo y me interesó todo lo demás. Intenté hacer un hábito de estas preguntas y comencé a dormir muy tranquila»

La conversación siguió otros rumbos y finalmente nos despedimos.

Recordé, entonces, lo que se había visto en ese curso: Hablábamos de lo que llamamos la “angustia irracional” que consiste en desperdiciar el presente tratando de analizar el futuro pero sin poder resolver nada de esté en ese momento. Les decía que hay dos preguntas que ayudan a ubicarnos: ¿Está en mis manos resolverlo? Si la respuesta es no, es irracional preocuparnos; por el contrario si la respuesta es afirmativa, ayuda la siguiente pregunta ¿Puedo hacer algo ahora? Si la respuesta es afirmativa, entonces ¡Hazlo ahora!, pero si es negativa ¿de qué te angustias?

Habrá gente que le fascine estar angustiada. Eso ya es enfermedad.

Recordemos: por el pasado, nada se puede hacer. Por el futuro, puede que no nos llegue. Lo único que está realmente en nuestras manos es un instante que se va como el agua entre las manos. Solo este instante tengo la posibilidad de hacer algo.

Obviamente, lo anterior nos lleva a vivir el momento ¡Porque no se puede hacer de otra manera: lo que acabas de leer ya está en el pasado. Los párrafos que siguen, lo están en el futuro. El momento presente solamente es este en el que vas leyendo.

Esto puede trasladarse a lo que el título del artículo menciona: vivir al día es habituarse a aprovechar ese presente que es efímero, que no dura nada: que eslabona pasado y futuro de una manera inadvertida. El futuro, aún programado, tiene un grado de incertidumbre, solo me queda este momento para hacer algo, que esté en mi manos y que sea ahora cuando se tiene que hacer.

A una persona cercana a mí, le angustia una serie de aspectos económicos que tendrá que resolver dentro de unos días. Por supuesto que está en sus manos resolverlos…pero no ahora. Le he platicado todo esto y me dice que es racional, pero que no está habituado a hacerlo…pues ahora lo que tiene que hacer es comenzar a habituarse.

José Luis Castañeda Lerma

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