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En una tarde soleada de esta Tijuana nuestra, en una conversación distendida sobre aspectos cotidianos, entre un grupo de amigos surgió de repente la frase que le da título a esta columna: está mal pero es normal.
 

¡Como si la bondad o maldad de un acto se midiera por mayoría! Discriminar a una mujer embarazada en una empresa; hacer un trabajo sin terminarlo; no medir las consecuencias que puede traer un comentario ligero sobre una persona; atentar contra el matrimonio equiparando cualquier tipo de unión a este; la infidelidad en el mexicano; la evasión de impuestos; los sobornos a funcionarios; aprovecharse del puesto para conseguir beneficios personales; la interrupción de la vida bajo cualquier circunstancia; la deshonestidad en los cargos públicos, etc. Todo lo anterior, se afirma que está mal, pero es normal o peor aún: está mal pero todo mundo lo hace.
 

Por lo menos al usar esta frase, implica que se determina la maldad de los actos, porque aún hay otra frase más permisiva: todo mundo lo hace. En está ya ni siquiera se habla de maldad o bondad sino de simple mayoría para poder hacer o no un acto determinado.
 

Se podría afirmar que todo lo anterior es parte de ese relativismo que envuelve, que adormece, que asfixia, pero que es tan natural en la actualidad. Recordemos que este relativismo consiste en definir la realidad de acuerdo a nuestro muy particular punto de vista. El sujeto que contempla la realidad es el que la valora y la interpreta sin importar si lo hace adecuada o inadecuadamente.
 

Normalmente este relativismo se basa en un sentimentalismo en su más pura esencia: determinamos las cosas de acuerdo a lo que sentimos. Si algo me hace sentir mal, debe estar mal si me hace sentir bien debe ser adecuado. De esta manera se justifica, por ejemplo la falta de lealtad o la infidelidad dentro del matrimonio: se siente bien, luego debe estar bien. El trabajo hace sentir cansancio por lo tanto puede esperar hasta mañana. El estudio es aburrido para algunos, por lo tanto, no hay que abusar. Hacer línea para acceder algún trámite o espectáculo es latoso y hace sentir mal, por lo que hay que usar la influencias o sobornar a alguien para reducir la espera.
 

Lo peor de todo es que la Ética queda también relativizada. La maldad o la bondad de los actos cada quien la determina. Y como casi todos sentimos lo mismo ante determinados actos: placer en la sexualidad, cansancio en el trabajo, aburrimiento en la lectura y estudio, gusto por tener más y una forma puede ser la evasión de impuestos, agotamiento en la educación de los hijos, etc. Todo lo ético, parece ser, se determina por mayoría, con las consecuencias que esto pueda traer.
 

Solamente las personas firmes en sus principios y alertas ante lo que sucede terminan por darse cuenta y disfrutar de la paz que se consigue al vivir con sentido ético. Posiblemente sea difícil encontrar este tipo de personas, pero normalmente son la sombra a la que corremos a refugiarnos cuando las cosas salen mal. Podríamos decir que son anormales, porque van –perdonando la redundancia- contra lanormalidad de los “tontos útiles”, como se llamaba en el sistema marxista a las masas. Que se atreven a decir que lo malo es malo aunque la mayoría se levante en gritos tratando de que no se les saque de la comodidad en que viven.
 

José Luis Castañeda Lerma

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