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A lo largo de estos años, los consultores y escritores sobre temas de empresas nos advierten que lo primero que debe haber para hacer una planeación estratégica es lo que se conoce con el nombre de Visión.

 

Visión, que no es otra cosa que ver, pero hacia el futuro. Es algo tan necesario que determina el rumbo y las actividades de toda empresa y también de toda persona.

 

Es probable que ver hacia el futuro nos incomode un poco por las consecuencias que esto puede traer sobre todo en el terreno de la responsabilidad.

 

Todos, de alguna manera, tenemos esa visión que nos permite contemplar lo que queremos para nuestro futuro: una casa, un carro, una empresa sólida, hijos que sean hombres de bien, una ancianidad libre de incomodidades, ser mejores personas etc. Sin embargo pocos hacemos lo necesario en el presente, para que esa visión de futuro se haga una realidad. Es cómodo soñar, pero bastante incómodo el luchar por esos sueños. Sueños que se quedan en le baúl de las buenas intenciones. Y se quedan ahí, porque en ocasiones es necesario tomar decisiones drásticas que nos sacan de nuestra comodidad habitual.

 

Cuando Hernán Cortés manda a quemar las naves, lo hizo porque tenía una visión de lo que podría suceder si seguía con su saga, contemplaba tierras y riquezas inmensas que podría conquistar. Sin embargo esa visión era personal y no era compartida del todo por sus soldados que estaban dispuestos a regresar con lo poco que tenían conquistado. No le faltaron algunos «prudentes» que intentaron que desistiera pero el alcanzaba a ver lo que podría suceder y tomó la decisión, de tal manera que no se pudiera dar marcha atrás.

 

Esa visión le da a Cortés la audacia y fortaleza para continuar adelante con el resultado de la historia que todos conocemos.

 

Cuentan que en la inauguración del parque temático «El mundo de Disney» en la Florida, la persona que estaba dando el discurso comentó: “ojalá y Walt hubiera visto esto” y que la esposa de Disney se levantó de su asiento y tomando el micrófono dijo: «lo vió». Y seguramente que fue así, puesto que las grandes empresas, del tipo que sean, siempre han tenido a un visionario detrás.

 

La falta de concretar una visión nos conduce necesariamente a la mediocridad, a jugar al día, a veces sin ilusión porque no se tiene nada contemplado para el «después». Nos lleva al típico «juegue ahora y pague después» en lugar del «pague ahora y juegue después», con todas sus consecuencias.

 

J. Caler, comenta que en un grupo de cien personas dos son brújulas y noventa y ocho veletas. Lo que nos quiere dar a entender es que dos saben lo que quieren, porque de alguna forma lo han visto y que están dispuestas a quemar las naves, y que el resto son personas que están a lo que venga el día. No quiere decir que esa masa ingente de mediocres no haya visto alguna vez lo que ellos mismos quieren para el futuro, sino que son personas que no están dispuestas a pagar el precio de ir tras su propia visión y que terminan prefiriendo no ver.

 

¿Tenemos definida una visión para nuestra vida que nos permita decir todos los días y ante las dificultades el famoso ¡vale la pena!? De no ser así podríamos contarnos entre las noventa y ocho veletas.

 

José Luis Castañeda Lerma

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