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Raúl, el director general, consultó el reloj y se dio cuenta que era el momento de terminar la junta. Se quedó pensando un momento y le preguntó a Daniel: “’¿te quedó claro? A lo que contestó el interpelado con un “Sí” rotundo.

 Raúl, sintiéndose satisfecho, dio por terminada la junta.

 Una semana después recibió en su oficina a Daniel que traía el reporte al que se le iban a hacer algunas modificaciones vistas en la junta mencionada. Raúl, lo revisó con cierta extrañeza y preguntó “¿Dónde están las modificaciones que acordamos?”. Daniel sin inmutarse respondió “en el próximo se las hago, en este no porque urgía”

 Raúl se quedo estupefacto por la respuesta, recordó que le había preguntado en la junta, concretamente a Daniel si le había quedado claro y la respuesta de éste y se lo externó a Daniel que contestó:

 “Bueno, una cosa es tenerlo claro y otra muy diferente el hacerlo”

Esta respuesta define la vida de muchas personas que tienen las ideas claras pero que normalmente no las llevan a la práctica. Saben lo que hay que hacer, cómo hacerlo, las ventajas que tiene y que sin embargo, todo esto termina en una buena idea.

Sabemos que hay que cuidar la alimentación; que los hijos requieren de nosotros; que es necesario actualizarse; que no hay que poner obstáculos al cambio; Que debemos fomentar  nuestro trato con Dios; que debemos ser más productivos en el trabajo; y un largo etcétera de temas de los que hasta ¡podríamos dar una conferencia! Y sin embargo no los bajamos a la acción.

Nos justificamos con mil excusas: tiempo, dinero, más tarde, es importante pero no tanto, solo es cuestión de que quiera, mañana sí…y una larga lista de pretextos para justificar esa falta de acción, esa falta de compromiso

Hace ya varios años, le oí a J. Caler una frase que no puedo olvidar: “entre el saber y el hacer está el querer” misma que la complemento con otra de Escrivá: “Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer?

     —¿No? —Entonces no quieres”

Sí, efectivamente, todo es cuestión de “querer”. Ahí se encuentra la diferencia en las personas exitosas y la medianía. Querer aquello que sabemos que hay que hacer con una voluntad determinada con la misma intensidad de los ejemplos arriba descritos. Fijémonos en la forma que una buena madre quiere a sus hijos, es tan intenso su querer  que sería capaz de arriesgar la vida por la de su vástago.

Cuando se le pone intensidad a la realización de esas ideas, buenas, que traemos en la cabeza, los horizontes cambian, se abren posibilidades que no hemos logrado visualizar porque no hemos querido.

La vida se renueva cada instante y requiere de decisiones llevadas a la práctica. Recuerda por ejemplo ¿Qué cantidad de cambios nos hemos propuesto? Que sabemos bien que son necesarios, pero que nos falta esa decisión, bien personal, para llevarlos a la práctica? ¿Cuántos propósitos revolotean por nuestra cabeza esperando que queramos hacerlos con intensidad como la del “avaro quiere a sus riquezas”?

José Luis Casatañeda Lerma

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