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Líderes en formación de líderes desde 1992

Normalmente te levantas con cierta prisa porque la cama cuesta dejarla y más en los días fríos, te aseas medio adormilado, consigues tomar tu café ya con la prisa encima.

Quizá tus hijos están a punto de que los lleves a la escuela. Sientes la presión por el tiempo. Probablemente hoy no desayunes, ya comerás algo en el trabajo. Llegas justo a tiempo a tu trabajo, ya te espera algún colaborador con algún problema al que te metes de lleno a resolver. Llegas a tu lugar de trabajo para enterarte que esta a punto de comenzar la junta de todos los días, probablemente no estés preparado aún.

La junta se prolonga un poco, sientes que el estómago reclama sus fueros, pero sabes que la hora de la comida está cerca, te aguantas. Sales y te encuentras que algún colaborador requiere de ti, lo atiendes. Es hora de comer y no se va. Corres al comedor y en menos de 10 minutos engulles algo que te satisface y que a lo mejor no sabes ni que es.

Te das un respiro para que tu cuerpo se estabilice. ¡Por fin! Sientes que el resto de tu tiempo te pertenece, no es así. Te llama el jefe, hoy está de buenas y te cuenta cosas que no vienen al caso. Después de un rato te comenta lo que quería. Sales a hacerlo. ¿Jefe puedo hablar con usted? Te pregunta un colaborador, le tienes que decir que más tarde.

Te sientas a hacer lo que el jefe te pidió, te llaman por teléfono, un colega te pide ayuda para sacar lo que se vió en la junta, es importante. Vas a ayudarle, terminas y tu jefe te pregunta por lo que te encargó, ya casi es la hora de salida. Le prometes entregarlo mañana temprano. Tienes que quedarte cuando todos salen a terminarlo. Ya es tarde, no hay nadie para que te de cierta información que necesitas, ni modo, mañana lo terminarás. El estacionamiento está solo. Llegas a casa, tu cónyuge te tiene una lista de cosas que han pasado mientras no estabas, los niños dormidos, tiempo para ver televisión quizá el último noticiero. No, te vence el sueño. Mañana será otro día, hoy estás estresado, requieres descanso. Te duermes.

Así un día tras otro, con algunas variantes. Pero ¿es esta la vida que querías vivir cuando soñabas con lo que ibas a hacer cuando fueras grande?

Un día como el que viviste se le llama activismo. Sí tu día está lleno de actividades que si te detuvieras a pensar encontrarías que algunas no tienen sentido, si no es que todas. Las actividades solamente tienen sentido, cuando están encaminadas a un fin.

Para descubrir los fines requieres de otra actividad que requiere calma, pensar, profundizar: planear. Recuerda que no se planea para fallar, se falla por no planear

Comienza temprano pregúntate: ¿Qué quiero para el día de hoy? ¿Por cuánto vale tu día?

Lo apuntas. ¿Que necesitas para conseguir lo que quieres? Surgen entonces las actividades con sentido; las anotas. Te das cuenta que algunas son trivialidades, si puedes las delegas. Te das cuenta que otras son vitales, las priorizas y te encauzas a ellas.

Hoy te has puesto el propósito de decir que no, y comienzas a ejercerlo. No a juntas intrascendentes. No a obstáculos que te saquen de lo vital que determinaste. No, con delicadeza a tu jefe si es necesario.

¿Qué no tienes tiempo? Ni lo tendrás si sigues así. Es más, el activismo sin sentido, genera desorden, no lleva más que al final de tu día te sientas estresado e inútil, a darte cuenta que no es el estilo de vida que querías. Pero tampoco tienes tiempo para pensar, no hay hueco posible. Todo se convierte en vital y tu vida en trivialidad.

No has entendido que no hay que trabajar mucho sino trabajar mejor. ¿Sin planes? Trabajarás mucho. ¿Planeando? Trabajarás mejor, te sentarás en el asiento del piloto de tu vida y la llevarás a donde tú quieras, no a donde te lleven.

                                                           José Luis Castañeda Lerma

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