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Me comentaba Beto, un amigo cercano: El otro día me acordé aquella anécdota que contaste alguna vez, no recuerdo si mencionaste un autor o era tuya decías que: En la inmensa sabana  africana, todos los días se levanta la gacela y se dice “Hoy debo correr por lo menos más fuerte que el león más veloz si quiero sobrevivir”. En otro sitio de la misma sabana el león se levantaba diciendo “hoy debo correr por lo menos tan  fuerte como la gacela más lenta si quiero comer”.

Al final comentabas ¡no se en que lado estén, pero en ambos casos hay que correr!

Pues bien ¿y si se está en ambos casos? Bueno, continuaba, yo me encuentro en esa situación, sobrevivir y comer y lo peor de todo es que pienso que es el caso de muchos padres varones.

Beto seguía hablando. El otro día tuve un problema grave con uno de mis hijos. Cuando ya estaban todos dormidos, me fui a mi “rincón” y lloré. No me di cuenta que el más pequeño bajó y me preguntó, mamá llora seguido, pero ¿los papás también? De un golpe me sequé las lágrimas y contesté: sí también sentimos.

Se acerca el día de la madre y en junio se celebra al padre. La primera tiene una preponderancia en nuestra cultura fuera de discusión. Los segundos, por un falso machismo, son menos tiernos que las primeras, por lo menos por fuera.

Se tiene que mantener la imagen de solidez, fortaleza, decisión, firmeza etc. Cuando en realidad hay momentos en que uno se resquebraja por dentro. Que tiene que pedir fortaleza prestada no se donde. Momentos en que ser firmes duele.

Me llama la atención que cuando nace un hijo, todas las atenciones son para la madre y el recién nacido, pero como digo –continuaba Beto- No hay madre sin padre. De acuerdo ellas lo llevan durante 9 meses en su seno, pero nosotros en esas ocasiones tenemos que ser como leones: correr para pagar todo lo que hay alrededor del nacimiento de un crío.

Después, la madre le ofrece toda la atención y se acostumbra a brindársela por lo menos veinte años más. Ahí pasamos a un gustoso segundo término.

A veces nos sentimos solos, con toda la carga encima y entonces hay que correr como las gacelas para no ser devorados por el desánimo o por alguna “copilla” de más.

Hay ocasiones que llegas a la casa con ganas de contar lo tuyo, tus sentimientos, tus aflicciones o tus alegrías, pero deberás guardártelas porque “el parte” o informe de lo que sucede en tu casa, que te tiene guardado tu mujer, hace que lo tuyo quede en segundo término.

Los hombres no lloran. Menuda educación de los sentimientos que recibimos desde pequeños –continuaba Beto- esta frase es castrante sentimental. ¡Bendito Goleman y su inteligencia emocional! ¡Por supuesto que sentimos! ¡Claro que somos sentimentales! A veces me dan ganas –y se sonrió- de gritar: maridos sentimentales del mundo ¡uníos! Te aseguro que seríamos un gremio multitudinario.

La conversación siguió divertida. Me identifiqué en más de alguna cosa con lo que decía. Efectivamente el humano, hombre y mujer, sentimos y somos conscientes de esos sentimientos. El hombre por educación o por una imagen “machista” los reprime en ocasiones. La mujer tiende más a manifestarlos.

Afortunadamente la cultura comienza a cambiar, pero habría que decirle a los hijos ¡Sí, papá también siente!

 

José Luis Castañeda Lerma

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