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Líderes en formación de líderes desde 1992

Alguna vez me he puesto a pensar que, si en el momento de una boda, se nos permitiera vislumbrar todo lo que iba a suceder a lo largo de los años, pocas personas se casarían.

En lo personal, si me hubieran dicho que tendría seis hijos, que viviría en Tijuana y que terminaría trabajando por mi cuenta, me hubiera divertido tanto que las carcajadas aún continuarían.

Sin embargo Dios, en su pedagogía divina, nos permite ir viviendo día a día y paso a paso, toda la historia que vamos forjando.

En treinta años, han surgido el internet, Facebook, las computadoras personales, el microchip, y tanta tecnología que permite hacer la vida un poco más llevadera. Han aparecido personajes que se vuelven cotidianos en la vida normal como el “Peje”, Peña nieto que vivió y lo formaron en la misma residencia universitaria en la que me tocó vivir, Josefina, Fox, Calderón, etc.

En este período, se derrumbó el muro de Berlín, cosa que mientras estaba recién casado se veía como algo imposible.

Y también, en este intervalo, que se me hace tan corto, nacieron mis hijos, que le han dado  sabor y sentido a mi vida y  hace que exclame ¡Ha valido la pena! Con sus sube y bajas, pero en resumen todo lleno de alegría.

Se ha transformado aquel enamoramiento en lo que es el verdadero amor, que perdona, soporta, comprende, disculpa y minimiza las tragedias convirtiéndolas en sal de cada día. Se agiganta mi mujer con su generosidad que se ha ido gestando poco a poco en mil detalles diarios que le impiden pensar tanto en “sus cosas” para convertirlas, una por una en “nuestras cosas”.

Se aprende la “relatividad” del tiempo, que permite comprender aquel tango que afirmaba que «veinte años no es nada» para afirmar que treinta tampoco. El implacable tiempo, imperceptible, que hace que exclamemos «en que momento se hicieron hombres y mujeres estos niños».

En estos treinta años, algunos seres queridos han «consumado su carrera» Mi madre, mis suegros, Jorge, Salvador –a quien tanto debo-, Rocío que me enseñó la alegría de morir, Don Alvaro, a quien le aprendí que en treinta minutos se puede demostrar lo que se ama. Ramón, Ana, Tato Canals, Carlos…Mi queridísimo ahijado Gustavo cuya última mirada la guardo y no dejo salir.

Y también se aprende a agradecerle a Dios por la gente tan buena que ha puesto para hacer más llevadero el camino y nombro  algunos porque son notables: Carlos, Jorge,  Víctor, Ale, por su desprendimiento generoso en los momentos que se requirió. Raúl, Lucy, Nacho y Flor, Tato y la Güera, Paco –que decidió parte de mi futuro en una taquería-. Martín, a todos los participantes de nuestros seminarios que siempre nos dejan algo. Alan, Toño, Carlos, José, Mario, Mary, Salva, Mauricio y Nacho que han ayudado a que Sícap sea lo que es.

Como decía un Amigo, con el paso del tiempo la “memoria dura se convierte en blanda” y si he dejado a alguien fuera, será justamente por esto.

A mi familia, Vicky por “resistir amorosamente” junto conmigo y que sin ella este aniversario no existiría. Y a mis “peques” Jose, Keny y Andrea, Fer, Mary, Salvita y a Vickita que confirma que el último trae muchas alegrías.

A ti querido lector, que me sigues en esta página, te pido perdón por permitirme poner un poco “blandito” y agradezco tu seguimiento.

Y sí, si Dios me permitiera ver lo que se me viene en los próximos años…seguramente no serán treinta.

Gratias tibi Deus, Gratias tibi.

 

José Luis Castañeda Lerma

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