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Líderes en formación de líderes desde 1992

Santiago, es un alumno de nuestros cursos de formación; ha tenido algunas sesiones de coaching conmigo y hemos resuelto algunas de sus inquietudes laborales y personales. Es un hombre sumamente simpático, que adora a su mujer y sus tres hijos. Trabajador y muy leal a su empresa.

Teníamos concertada una cita para un jueves determinado y me llamó la atención el mail que te transcribo.

«Estimado José Luis:

»Ya sé que tendremos nuestra reunión el jueves, pero te quiere escribir esto para que vayamos directamente al grano el día que nos veamos.

»Estábamos cenando un poco tarde en casa, cuando se nos unió Abel, nuestro hijo mayor. Comentábamos algunas cosas que nos habían sucedido en el transcurso del día, cuando de repente, se dirigió a mí y me dijo: «Pa, soy gay».

»Ya te imaginarás, después de recuperarnos un poco y de un silencio que se podía cortar; Adriana se soltó a llorar, Abel se me quedó viendo y me preguntó inocentemente, ¿Papá que piensas? Me acordé de uno de tus artículos y le comenté “déjame pensarlo un minuto”.

»Sobra decirte que la cena quedó interrumpida. Me levanté tratando de no expresar nada corporalmente y me salí al jardín. Adriana se retiró a nuestra habitación.

»Me volví a acordar de dos cosas que vimos en tu curso: empatía y “el error, no la persona”. Me pregunté cómo me hubiera gustado que me tratara mi padre si hubiera sido yo el que dijera lo de Abel.

»También se me vino a la mente los conceptos que manejo al respecto, recordé a esos dos colaboradores que son homosexuales y cómo me vienen a platicar sus problemas por la confianza que les doy. Uno de ellos muy discreto, el otro un tanto promiscuo, ávido de cariño y viviendo una soledad enorme.

»Surgieron también mis fundamentos religiosos al respecto, pero sobre todo emergió el gran cariño que le tengo a mis hijos y particularmente a Abel.

»Todos estos pensamientos se me vinieron con una velocidad impresionante y tan abstraído estaba, que no me di cuenta que Abel se había puesto a mi lado.

»Quise rechazarlo, pero de inmediato e inconscientemente le pasé la mano por el hombro y lo acerqué. Se me vino a la memoria el gran respeto a su intimidad que, de acuerdo con mi mujer, habíamos tenido desde su adolescencia. Entrábamos, hasta dónde nos permitían.

»Recordé también, cuando uno de mis colaboradores me platicó la reacción de su padre cuando se enteró: lo insultó, le dijo todos los adjetivos que hemos oído que se les dice a estas personas; lo abofeteó y terminó diciendo que se encargaría de enderezarlo. ¡Reconozco que esta reacción me pasó por la cabeza!

»Tenía miles de preguntas que hacerle y una muy fuerte que hacerme: ¿en qué fallé? Pensaba en esto cuando se nos unió su mamá, esto me ayudó a recuperar fuerzas»

«Papá, yo sé que esto es muy difícil de asimilar para ustedes, ¡Imagínate para mí! ¿Qué piensas pa?»

»En primer lugar, respondí, que te quiero y lo abracé fuerte, a este abrazo se unió su mamá. Debo reconocer que la rabia inicial se convirtió en lágrimas.

»Un poco más sereno y tomando en cuenta que era uno de mis hijos más racionales, comenté lo siguiente: es un hecho que se nace hombre o mujer. Tú naciste hombre. Te dirán que se «nace homosexual», lo que no está demostrado científicamente y de lo que ya hablaremos seguramente.

»Es un hecho que cada parte de tu cuerpo, tiene una función bien determinada, que el ser humano puede trastocar. Si pretendiera comer por la oreja, sería algo estéril, imposible que hubiera digestión. Se rio.

»Te dirán que pasar de ser heterosexual a homosexual es posible y para algunos laudable, pero que el camino inverso es ¡imposible!

»Por el lado religioso, sabes, que la Iglesia, invita a vivir la castidad a los heterosexuales, mientras sean solteros, lo mismo que para los homosexuales. Esto es castidad para todos. Por otro lado, para Dios, no hay imposibles.

»Mientras decía lo anterior, Abel afirmaba con la cabeza en silencio. Le dije, pensando en respetar su intimidad, si quería que platicáramos a fondo del «qué, quien, como, cuando y donde de lo suyo». Me respondió que quería hacerlo, pero que le diera un poco de tiempo. Añadió que lo que le decía no lo podía rebatir, pero que estaban involucrados otro tipo de cosas como sentimientos, etc.

»Abrazados, caminamos en silencio hacia el interior de la casa. Veo venir la tormenta.

»Antes de dormir quise ponerte por escrito este mensaje, el escribirlo me dio un poco de serenidad y te lo envío, para que estés preparado para nuestra sesión del próximo jueves».

(Continuará)

 

José Luis Casataéda Lerma

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