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Líderes en formación de líderes desde 1992

Es un hecho que, en la actualidad, le tenemos miedo a la disciplina; es una palabra que nos incomoda bastante.
Aristóteles la definía de una manera sencilla como «Sujeción de los deseos a la razón», esto es que aquello que se me apetece, debe ser, de alguna manera, juzgado por el raciocinio.

Por ejemplo, si soy diabético y se me antoja un buen pastel, con relleno de mermelada o nutella, y envuelto en una capa de betún, la razón inmediatamente enviará señales de alarma recordando el daño que me puede hacer; si hay disciplina, se abandonará la idea, si no la hay, me comeré el pastel con todas las consecuencias que pueda tener.

El daño me lo hago, conscientemente, usando mi «libertad». Definitivamente ha sido un acto de «indisciplina».

En la educación de los hijos está de moda una corriente que algunos la conocen como «educación sin límites» en pocas palabras permitirles que hagan aquello que se les apetezca; esto es soltar los deseos sin ningún tipo de juicio, dejando todo a una mal entendida espontaneidad, a un «deja que aprenda por su cuenta»

Es duro, como padres, enfrentar los caprichos de los hijos. Es duro, poner límites y mantenerse firmes ante las exigencias, en ocasiones no razonadas, de los hijos.

Poner límites, dentro de la razón, significa ir formando el razonamiento de los hijos. Es el primer paso de la disciplina, porque es la razón, como veíamos más arriba, la que debe guiar las apetencias de nuestros hijos.

En ocasiones el “no me gusta” es razón suficiente para que dejen de hacerlo. El “me gusta o no me gusta” son deseos que pocas veces se razonan y terminamos cayendo en “la ley del gusto”

Hay ocasiones en las que por comodidad, se va cediendo con los hijos ante lo que quieren: la mamá le dice al hijo, «ponte a hacer la tarea» a lo que el hijo responde, más tarde ahora no tengo ganas. Por evitar un enfrentamiento, la madre cede a los gustos del hijo y se le envía el mensaje de que “ahora no tengo ganas” es una razón para dejar de hacer las cosas.

La vida requiere lucha contra uno mismo.

Esta lucha es típica entre lo que se desea y lo que se debe hacer. Esto es un  problema de disciplina.
Los papás sabemos, por experiencia, que si solamente se hace lo que se apetece o nos gusta, se termina por evitar lo valioso, que normalmente es arduo.

No nos damos cuenta que, cuando falta disciplina en la educación, estamos criando para la mediocridad, que estamos educando hijos altamente manipulables.

Esta exigencia a veces la dejamos de lado, porque requiere que nos exijamos en primer lugar, nosotros mismos. No debemos olvidar que los hijos aprenden mucho por imitación, por lo que la integridad en los padres, toma un valor gigantesco, fundamental.
Si no hay exigencia en los padres por una comodidad mal entendida, los hijos terminan siendo débiles, personas que  evaden responsabilidades y compromisos en pocas palabras mediocridad.

¿Exigir incomoda? Por supuesto que sí, porque de alguna manera implica enfrentamiento, pero no debe abandonarse por comodidad. ¿Decimos que queremos a nuestros hijos? Exígeles ¿Decimos que verdaderamente queremos a nuestros hijos? Exijámonos.

 
José Luis Castañeda Lerma