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Líderes en formación de líderes desde 1992

Cierta vez, Pedro el Grande, el zar de todas las rusias, salió de incógnito a dar un paseo. Lo hacía con frecuencia, esto le permitía estar cerca de su pueblo y conocer sus necesidades.

En una de estas escapadas, en una calle se topó con un mendigo y le llamó la atención que a pesar de toda la indigencia que denotaba, tenía un porte de grandeza. Se acercó amigablemente y le preguntó:

- ¿Qué haces?, el mendigo volteó y pensando un poco le dijo

- Soy rey. Pedro se sorprendió en principio de la respuesta dada y le preguntó con cierta admiración.

-¿Sobre qué reino gobiernas? Y esperó con curiosidad la respuesta. El mendigo se le quedó viendo un poco y sonriendo le contestó

-¡Sobre mi mismo!. Pedro no hizo ningún comentario y se retiró pensativo.

¿Cuánta gente podría afirmar lo mismo que el mendigo? ¿Cuántos de nosotros podríamos hacerlo? ¿Concretamente tú, lo haces?

Estamos a merced de nuestras apetencias; deseos no controlados; publicidad que nos domina y determina; modas que se nos imponen; costumbres irracionales que no aguantan un breve análisis; apatía para analizar nuestro entorno. Ante todo esto surge necesariamente la pregunta ¿nos gobernamos? ¿nos gobiernan?

A estas alturas de este breve artículo, más de alguno habrá alzado los hombros y se habrá preguntado ¿qué tanto importa esto? Son estas personas que les hace falta señorío, ser dueños de sí mismos y responsables de sus acciones, en pocas palabras personas con los sentidos despiertos y la voluntad dormida.

Gente con grandes sueños y pocas realizaciones, porque su voluntad adormecida no da para exigencias de ningún tipo. Vamos que siguen esperando su león. Que poco razonablemente piensan que cuando se decidan, ¡entonces sí!

El señorío –dueño y señor de sí mismo- se establece con renuncias diarias y a lo largo de todo el día. Es ir dominando esas apetencias, tan naturales en ocasiones pero que despiertan y fortalecen nuestra voluntad.

Hay personas que acostumbran tener por escrito diez o doce cosas en las cuáles exigirse a lo largo de todo el día y que con cierta periodicidad las cambian porque se vuelven buenas costumbres o hábitos. Son cosas pequeñas pero que repitiéndolas se comienza a fortalecer la voluntad.

Te pongo a continuación la lista de exigencias de un gerente, que me ha permitido mostrarla. Cada cual es diferente y lo que le cuesta a uno puedo no costarle a otro.

  • Levantarme el momento en que suena el despertador
  • Saludar con alegría a quienes estén despiertos en casa, principalmente a mi marido
  • Un regaderazo de agua fría al final del baño
  • No tomar café en el desayuno
  • Tomar líquidos hasta el final de la comida
  • Dejar toda la ropa que usé el día anterior en su lugar
  • No oír música en el trayecto de ida a la planta
  • Preguntar y escuchar las respuestas que me den mis hijos y marido sobre su día
  • No comer pan en la cena
  • Estar en cama a las 10.30

Parecen naderías y cosas sencillas de cumplir. Para ella no lo son y demuestran sus puntos flacos en los que tiene que exigirse. Todos los días por la mañana revisa su lista, a veces falla, en otras ocasiones la cumple toda.

A final de mes la revisa y quita de ella aquellas que dejan de costarle, porque se han convertido en hábitos.

Si tu la ves, es una mujer con porte, señorío, comprensiva en la lucha de los demás porque sabe lo que es exigirse. Una voluntad férrea que le ayuda a conseguir sus objetivos. En pocas palabras una mujer que sabe gobernarse a sí misma.

¿Por qué no haces la tuya y compruebas como la voluntad se va fortaleciendo? Pon cosas concretas, específicas, repartidas a lo largo de todo el día.

José Luis Castañeda Lerma